12 abr 2009

CONJUNTO URBANO RENACENTISTA DE ÚBEDA, UNA CIUDAD PARA LA SEMANA SANTA.



“La Semana Santa florece en Úbeda de una manera comunitaria, espontánea, popular irreprimible. Pocas, poquísimas ciudades existen en España más idóneas, para las emociones de Semana Santa. Nada resulta en Úbeda como una procesión. Y es el “fenómeno” de la Semana Santa, la plasmación de un gesto expresivo y autentiquísimo en el que nuestro pueblo vierte toda una carga de herencia espiritual para docencia publica”.
Juan Pasquau. Biografía de Úbeda.


Sobre el cerro de Úbeda, del que recibe su nombre, y cercana a la corriente fluvial del Guadalquivir, se levanta la señorial localidad andaluza de Úbeda, de la que Eugenio D’Ors elogiaba:

“Aquí se trata de arte. Y de arte de lo mejor, del Renacimiento. Hasta el punto de creernos transportados a Ferrara, a Brescia, a alguna de aquellas ciudades menores del Norte de Italia, puros santuarios de la universal estética devoción. ¿Dónde hemos visto, inclusive, este elegantísimo detalle de la columna blanca en mármol o alabastro, señalando la coyuntura media de un balcón en un ángulo de la fábrica de áureos sillares? ¿A que opulento señorío nos transporta el palacio de Vela de los Cobos? Pero el viejo monasterio de las Dominicas, hoy Casa del Municipio, no muestra ya prestancia señorial, sino imperial.

¿Me atreveré a decir que aquí ni siquiera me importa demasiado que haya desaparecido en las consabidas destrucciones el altar de Berruguete, Donatello y Vandelvira? A escala mayor es la hermosura con que Úbeda regala, a la vez que para nuestros ojos, eclécticos, a nuestra jerárquica razón.

El paisaje de Úbeda, aparece dominado por olivares, que aportan a la villa una eficaz industria basada en la producción de aceite. Por otra parte abunda el cultivo de legumbres y cereales.

La ciudad aparece enclavada en el centro geométrico de la provincia de Jaén y es una de sus localidades más importantes de toda Andalucía, ya que se trata de uno de los lugares donde mejor se ha conservado su urbanismo y su arquitectura eminentemente renacentista. Por ello el 3 de julio de 2003, junto a la vecina ciudad de Baeza, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad, por la UNESCO.

A pesar de que se han encontrado restos arqueológicos fechados en la Edad del Bronce y se sabe que Úbeda debe su fundación a los romanos, no será hasta la llegada de los musulmanes a la Península cuando empieza a cobrar un papel de cierta relevancia. A ellos se debe el amurallado de la villa y la construcción de la alcazaba. Distintos monarcas fracasaron en el intento de incorporación a la Corona de Castilla y habrá que esperar hasta 1234 para que la árabe ciudad sea reconquistada definitivamente por Fernando III, apodado el Santo. En la centuria siguiente, Úbeda asistió al cruento afrontamiento entre Juan I el cruel y Enrique de Tras támara. En el siglo XVI la villa vive su momento de máximo esplendor, ya que se convierte en uno de los lugares de paso que unían Levante con Andalucía. A esta época pertenecen sus edificios más destacados y que convierte a Úbeda en una de las ciudades renacentistas por excelencia.

Úbeda, como ciudad monumental, ofrece el escenario más adecuado para esa representación, para esas procesiones que en las grandes ciudades se pierden al discurrir por las anchas avenidas, pero que aquí, en la estrechez de las calles, todo se acomoda al tamaño de los “pasos”. Además, nuestra ciudad, por haber sabido ser un relicario, vive el ideal del espíritu y conserva su fisonomía tan peculiar, que hace que sea admirada por los enamorados del arte y las tradiciones.

En Úbeda, entre la adusta filigrana de sus piedras, con sus espectaculares desfiles procesionales, es capaz de dar, no sólo una exquisita emoción de arte, sino también algo vivo, que se puede comunicar a los visitantes sin necesidad de hacer intervenir elementos extraños a nuestra manera ancestral de entender y “realizar” la Semana Santa. Por eso nuestras cofradías, con la fina sensibilidad que aportan los siglos de existencia, han de cuidar al máximo la “puesta en escena”, para que las procesiones (con sus imágenes, tronos, túnicas…) quedando perfectamente inscritas en el marco monumental del que están rodeadas, sin que se produzcan ninguna disonancia.
Por ello el humanista y escritor ubetense nos relataba en su pregón Semana Santa de 1958. “Cabe que quien no conozca la Semana Santa de Úbeda, pregunte de ella: ¿cómo es? ¿Qué estilo muestra:¿A qué geografía sentimental pertenece?... ¿Domina la Semana Santa de Úbeda una profunda, genuina religiosidad? O... ¿es sólo una religiosidad histórica lo que en sus celebraciones se hace patente? Úbeda, que tiene el cuerpo de Andalucía, ¿dónde tiene su alma?

Preguntas algo capciosas pueden ser estas; preguntas que sería difícil contestar. Sí hay que decir que el estilo de nuestra Semana Santa –como el estilo de la ciudad misma- es un estilo autodidáctico; un estilo que se ha formado sin escuela y que, no por eso, ha de presumir que es un estilo... improvisado. Al contrario, nuestra Semana Santa tiene la característica que preconizaría D. Eugenio d ´Ors, de la “obra bien hecha”; acusa, el marchamo de una calidad. Obra que cada siglo, cada época, han ido enriquecidos y prestando sentido, ambiente, alma. Alma, sobre todo. De tal forma, que no podríamos decir que nuestra Semana Santa del 39 acá es distinta a la de antes; a la que acabamos de evocar. Porque si los accidentes han variado, si un esplendor nuevo la ha magnificado después de nuestra guerra de liberación con la creación de otras cofradías y con la superación creciente y estimulante de todas –las antiguas y las modernas-, su índole, a través de las vicisitudes, permanece inconmovible. Y si celebradas imágenes de Benlliure, de Higueras, de Vasallo, de Palma Burgos, de Coullat Valera, de Ruiz Olmos, de Prados López..., lucen ahora en nuestras procesiones, el pueblo, Úbeda, ha olvidado cualquier bache o solución de continuidad que impidiese la soldadura del fervor presente con el que las antiguas imágenes, bárbaramente destruidas, sustanciaban.

El estilo, creo, de la Semana Santa de Úbeda es –permítaseme la perogrullada- un estilo ubetense. Y si algún parecido, si alguna semejanza externa hay entre las procesiones de Úbeda y las de otras ciudades es, cuando no “pura coincidencia”, un efecto obligado de la esencial analogía religiosa y temática que, naturalmente, tiene que existir en estas manifestaciones del culto. Por lo demás, el trascendente Motivo de la Redención, al hacerse entre nosotros conmemoración popular, adquiere un inconfundible sabor propio, un carácter, que excepcionalmente cedería ante cualquier novedad expresa y artificiosamente importada.

Y he aquí por qué, también, la Semana Santa de Úbeda, en sus procesiones, es profundamente religiosa que a un pueblo, como pueblo, puede exigírsele. Porque, claro está, que el fervor no empieza y termina en las procesiones... Pero, sí certísimo es que el presupuesto individual de la piedad de cada hombre por separado debe cifrarse en más altas pruebas que las que las procesiones representa que, cuando hablamos de la religiosidad –y a ella aludimos necesariamente al glosar la religiosidad de un pueblo-, nos referimos, más que a otra cosa, aun nimbo, a un “clímax”. Y aquí si que nadie puede negarnos que la configuración comunal de Úbeda, la que llega imperada de con voz ineluctable de su pasado, parece hecha “ad hoc” para impulsar un fervor, ¡Con cuanta razón D. Melchor Fernández Almagro llamara a Úbeda “Ciudad de Semana Santa” . En efecto, nada parece en este pueblo nuestro tan natural como una procesión. Y no vamos a repetir ahora que el marco artístico de Úbeda es insustituible; que hay el trazado de sus callejas, en la paz de sus rincones, en el sosiego de sus plazas, en el modo de sus gentes, un no sé qué que la predispone a cualquier delicada manifestación de espíritu. Todo esto, tan evidente, implica que, aquí, apenas cabe lo inauténtico; que entre nosotros la Semana Santa no es un capricho, ni una ostentación, ni el alarde de unos cuantos, sino la eclosión de todo un pueblo que acaece, cada año, como un deshielo avasallador y luminoso; i como una efusión de cristianísima belleza que inunda de avenidas cordiales los ámbitos, rezumantes de gloria histórica, de la Noche, Vieja Ciudad!

Junto al paisaje natural, como contrapunto, en esta Úbeda de los cerros…, se levanta los templos, cargados de historia, y que son algo más que la arquitectura que les da forma y los comunica armonía y belleza. Son unos templos que hablan de un cristianismo que ahonda sus raíces en el tiempo. En ellos vives y de ellos irradia una tradición religiosa profundamente arraigada en el alma del pueblo.

Muchos de las iglesias de Úbeda, son como una expresión de arte elocuente, expresado en los más diversos estilos, a través de su arquitectura y de las imágenes que atesoran, de las que salen a relucir la sobriedad de Castilla y el barroquismo de Andalucía.

Y por último Francisco Palma Burgos opinaba así sobre la Semana Santa de Úbeda y la ciudad: « ¡Qué difícil una autocrítica, si se quiere ser sincero! Muchas horas pasé viendo mis cosas, las últimas y las primeras; muchas horas viendo mis imágenes, las que hice para esta ciudad rezumante de arte, donde mi emoción quedó pendida en sus calles y plazas, buscando mi eco, golpeando mis sentidos en sus encantos para que la percusión depurara mi arte hasta hacerlo digno de esta ciudad. Cuando veo a mi Cristo de la Columna salir por la arcada gótica de San Isidoro, entre un reflejo de morados penitenciales, disfruto de una estampa que se repite todos los años, en la misma tarde. Si veo alguna incorrección en esta obra mía, no se me ocurre corregirla, porque la emoción que me produce la contemplación de la imagen -una de la primera que tallé en Málaga- me lo impide. Para mi empieza la Semana de Pasión con esta procesión de mi Cristo. Porque el Domingo de Ramos es de júbilo; es un domingo rubio en que hay que saltar a la calle con risa fresca de humedad interna; un domingo en que las mismas canas se enverdecen, entre la sinfonía olorosa de las palmas, juncia y ramos de oliva. ¿Qué diré de mi imagen de «La Entrada de Jesús en Jerusalén»? Pues que cada año quisiera hacer una nueva para que cada nuevo Domingo de Ramos se estrenara, y de esta forma poder yo ofrecer a Jesús el homenaje de la superación.

En cuanto a mis otras imágenes... yo quiero creer que la Plaza de Santa Maria de Úbeda esta hecha para mi «Santo Entierro»; es allí donde lo veo mejor; el semblante de la Virgen herido de puñaladas de luz fría que aumentan su dolor; los «Santos Varones» como cipreses silenciosos y erectos; la Magdalena como flor mustia, hoyada y fragantísima, a los pies de Cristo; San Juan, como una cruz viva, joven de nueva savia... ¡Le hace falta más trono a este «paso»!

La imagen para la Semana Santa ubetense que más trabajo me dio fue «El Resucitado». Las dificultades escultóricas para la plasmación de este trance glorioso del Señor son notorias. Precisamente por eso, en la ejecución de esta imagen puse todo mi interés y el ritmo de mi pulso se acompasaba a las cordiales efusiones de mi Amor. Deseo siempre un «Resurrexit» en mi arte joven, y porque quiero renovarme y rejuvenecerme a cada momento, hice con tanto cariño esta imagen de Cristo glorioso ».

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